EL CÓNDOR

| 16/01/2024

Paseos que inspiran el espíritu de la nostalgia y ponen en valor a la naturaleza

Paseos que inspiran el espíritu de la nostalgia y ponen en valor a la naturaleza

En el Cóndor no todo es playa. A medida de que transcurren los días de estadía en la villa marítima viedmense, los habituales visitantes o turistas ocasionales tienen a mano propuestas de lugares con una historia rica para contar o poco conocidos.

Entre la terminal de ómnibus y el Paseo de los Artesanos emerge un espacio destinado a darle el verdadero valor con las Casitas de los Primeros Pobladores y el Centro de Interpretación denominado “Senderos del Monte”.

El primer nombre y apellido que dio lugar a la villa –como pionero- es el de Jacinto Massini, un boticario del hospital que los salesianos montaron en Viedma. Por la fuerza fue el impulsor de la construcción de las primeras casillas levantadas con chapas de las latas de nafta y querosén, y que servían de refugio a las familias para instalarse provisoriamente.

Según cuentan sus descendientes su necesidad de tomar contacto con el mar, por una cuestión de salud, lo llevó en 1913 a cortar candados de tranqueras para estar cerca de las playas. Las casillas de Massini y su cuñado, Tomás Bagli, asentadas hacia 1917, constituyen el núcleo fundacional del pueblo que desde entonces empezó a llamarse, precisamente, Balneario Massini. Inicialmente estaban emplazadas en la calle 4 entre 69 y 71.

En 2010, la Municipalidad de Viedma decidió reconstruirlas como un homenaje de Massini como pionero del balneario y conocido en los mapas históricos con ese apellido, hasta que en 1948 se impuso el nombre de balneario El Cóndor para destacar el encallamiento del buque de origen danés el 26 de diciembre de 1881.

Las casitas en el nuevo predio, con un estilo magallánico, que desde el punto de vista arquitectónico representa una  fusión de materiales y técnicas europeas, y premisas de la arquitectura moderna. A la madera se le sumó el vidrio, el concreto y la chapa metálica. Los techos a dos aguas, tan alpinos, se replicaron para dejar que el agua de las lloviznas y nevadas patagónicas se deslicen hasta el suelo.

En el patio de las casitas se emplazó la simulación de un aljibe, un recurso fundamental de las épocas fundacionales y de las casas tradicionales, y también existen algunos restos del “Ludovico”, un barco mercante de origen chileno que encalló en las costas de Bahía Rosa durante el invierno de 1916.

Junto al sitio histórico funciona un invernadero construido en el marco del proyecto “Sendero del Monte” compuesto por plantas nativas, especies medicinales y comestibles, y este centro de interpretación destinado a difundir las propiedades de la flora autóctona está a cargo el biólogo Mauricio Failla.

Algunos visitantes, por caso una familia de Morón, salió maravillada del invernáculo por la “pasión” que le imprime este profesional en la recorrida que encabeza como guía por los tres circuitos.

Se destacan entre las plantas nativas el “Pasto Pampa”, una especie botánica que en la actualidad es muy codiciada en los barrios privados por su nulo costo de mantenimiento y cuyo valor en el mercado ronda los 15.000 pesos.

Se suman cactus, chañares y alpatacos y flores nativas como el “Botón de oro”, las de uso medicinal con 20 especies en la que el guía aclara que si bien algunas sirven para atender problemas de presión baja, la idea no es estimular la automedicación.

Otros sectores reúnen a las comestibles como alpatacos y pimientos, y se encuentran en germinación –aunque tardarán años en crecer- unas 1.500 plantas que luego serán implantadas en montes cercanos.

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