09/12/2019

Ataque de furia: ¿qué debemos saber sobre la ira?

La ira es una emoción, y tiene la misión de adaptarnos al medio. 

Ataque de furia: ¿qué debemos saber sobre la ira?

 

¿Quién no tuvo alguna vez un ataque de ira o bronca? Pregunta tramposa, porque, simplemente, está en nuestra esencia.

La ira es una emoción importante dentro de nuestro repertorio, y tiene, como las otras, la misión de adaptarnos al medio. Su tarea es activarse cuando nos sentimos amenazados o contrariados para protegernos.

Cuando hablamos de emoción, nos referimos a una respuesta gatillada por un estímulo interno o externo generadora de una reacción endócrina y fisiológica en nuestro cuerpo que dura breves segundos. Así, como en el ejemplo del principio, hay cambios a nivel corporal que un observador externo puede distinguir.

Es importante diferenciar la ira del odio y de la conducta agresiva. El odio es un sentimiento. Los sentimientos son estados más o menos permanentes que implican una elaboración mental de una emoción.

Yo siento ira porque alguien me hizo daño, luego pienso acerca de ello, elaboro mis teorías y concluyo que odio a esa persona.

La emoción es una respuesta innata, el sentimiento, aprendida.

El sentimiento no implica cambios corporales, entonces, alguien de afuera no puede percibirlos. De hecho, podemos ocultarlos. Algunos lo hacen bastante bien, por cierto.

La conducta agresiva, por otro lado, incluye una estrategia organizada para lastimar y/o hacer sufrir a otros. Conlleva una planificación, podría decirles fría, contra una persona o un grupo.

La reacción de origen emocional incluye un detonante (externo o interno), una lectura o interpretación de ese detonante y la conducta resultante.

El disparador, como dijimos, debe ser algo que implique peligro, frustración o violencia. La lectura que hagamos de él, merece un apartado especial. ¿Por qué? Porque varios factores intervienen.

Por un lado, está el macrocontexto. La situación social, económica, el clima, la humedad, la presión atmosférica, intervienen en nuestro ánimo al enfrentarnos con un estímulo.

Situaciones especiales como duelos, dolor crónico, ansiedad, cansancio, desde lo personal, ejercen un peso más que considerable.

Luego están los pensamientos. Muchas veces nos regimos por una estructura de pensamientos irracionales, es decir, no tienen asidero lógico ni pueden pasar un control deductivo estricto.

En algunos intelectos, esto sirve para conformar lo que llamamos profecía autocumplidora: cuando yo espero algo, eso es lo que voy a percibir.

Si yo me rijo por el pensamiento “odio hacer cola, es una pérdida de tiempo” y llego al banco y hay 10 personas delante mío…..campo sembrado para que la ira brote.

La experiencia merece una mención especial. Porque, en base a mis aprendizajes anteriores, juzgo las situaciones presente.

Quiero decirles con esto que la lectura que yo haga de la situación determinará, en importante medida, mi reacción, en este caso, de bronca.

La pregunta obligada ahora sería, si no puedo evitar sentir ira, ¿cuál será la forma más sana de canalizarla?

El primer paso, es reconocerla. Nos han enseñado que debemos sentir culpa por enojarnos. No debería ser así, las emociones son necesarias. Entonces, validar la ira implica hacerle lugar en nuestra conciencia.

Lo siguiente es someter a evaluación los pensamientos, para ver si sortean el filtro de la racionalidad. La finalidad es someter a reestructuración, reemplazando los pensamientos no racionales por otros que sí lo sean.

El llamado “tiempo fuera” es útil, requiere tomar distancia de aquello que nos genera bronca. Caminar, escuchar música, realizar algún deporte o arte, sirve para poder calmarnos.

Si existe una situación puntual que genera ira, es importante evitarla dentro de la medida de lo posible.

Por último, la comunicación es un factor esencial. El guardar y tragarse la bronca porque “no vale la pena”, o porque “para qué voy a pelear”, no sirve demasiado. Pasa a incorporarse a una especie de caldo de cultivo que, estallará y de mala manera.

La ira es una fuerza, en sí misma no es mala. A veces, lo que no nos juega a favor es cómo la canalizamos. Aristóteles, según nos cuentan, algo dejó entrever en esto: “Enojarse es fácil, pero hacerlo con la magnitud adecuada, con la persona adecuada y en el momento adecuado, eso, es cosa de sabios”.

 

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga / [email protected]

 

 

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