"Corrían los primeros años del flamante siglo XXI cuando un alto funcionario judicial, abrazado a una fe católica inquebrantable, me confió un relato que por su investidura debía permanecer para siempre en silencio.

 

Dueño de una personalidad excéntrica, al lado de su joven mujer con quien compartía una fina sensibilidad por la música y el canto, este hombre me contó que un domingo de invierno, mientras caminaba por el viejo camino que une el balneario con la colonia de lobos marinos de Punta Bermeja, fue atrapado en un instante por una sensación (esa fue la palabra exacta que utilizó) que lo trasladó a un lugar sin bordes tangibles, a una suerte de inmensidad imposible de identificar, natural como cualquier objeto que compone nuestro mundo, pero singular al punto de no poder encontrar manera de compararlo con nada.

 

En esa suerte de 'nada' vio que a su lado aparecían dos figuras humanas, muy bellas, dominadas ambas por unos ojos solares que de inmediato sintió que lo estaban abrazando. 'Me abrazaban con sus ojos. Eran seres tan luminosos que no puedo recordar otra cosa que la luz con la que ellos me hicieron vivir una experiencia que juzgo como la más maravillosa de toda mi existencia', me dijo este hombre, claramente emocionado por las lágrimas que caían en su rostro mientras iba desgranando su recuerdo.

 

Los detalles de este contacto aún los mantendré en reserva porque fue el compromiso que tomé con la persona contactada por los Seres de Luz de Punta Bermeja. Pero es un testimonio que siempre consideré sin fisuras y con la rigurosidad que siempre acompaña a la verdad. Jamás sentí, mientras lo entrevistaba, que estuviera mintiendo o fabulando mientras me entregaba su historia, atravesado por una profunda emoción que en varias ocasiones se materializaba en los hermosos destellos de su mirada. Una historia que confirma que, felizmente, no estamos solos...

 

Siempre agradeceré la posibilidad de haber tenido este contacto a un ex guardafauna que fue el primero en abrirme las puertas de Punta Bermeja".